HILLARY vs TRUMP: PIERDE MEXICO

06/10/2016

Como si fuera una más de las telecomedias que entran en la dieta del mexicano, vía Televisa, o un encuentro futbolístico seguido apasionadamente por la afición del país, la campaña por la presidencia de la república en nuestro vecino del norte, protagonizada por Hillary Clinton y Donald Trump, llega a su fin el martes de la siguiente semana. ¿Por qué interesa tanto al mexicano de a pie, quién de estas dos figuras obtenga la victoria y gobierne Estados Unidos durante los próximos 4 años? Como siempre, una de las respuestas está en los medios de información; se han difundido y comentado ampliamente los pormenores de la campaña entre los dos peores candidatos a la presidencia que se recuerden -en éste y el paso siglo-, presentados por republicanos y demócratas. El comportamiento de las campañas inició del modo tradicional, mirando como caían eliminados en el trayecto, personalidades que parecían bastante sólidas, para dejar en la recta final únicamente, a la esposa del expresidente Bill Clinton y al empresario Donald Trump. Desde ahí, el lodo político hizo lo demás; Trump, con una personalidad bipolar, caricaturesca, provocadora, autoritaria y amenazadora, captó el interés del mexicano de manera inmediata: un poco por su anunciada intensión de construir un muro -que ya existe- en la frontera sur para ellos y norte de nuestro país, a expensas del erario público mexicano; y otro poco por su forma natural de ser, que lo convierte a los ojos del habitual espectador televisivo, en el caballo negro, luchador rudo o, equipo débil al que apuestas para joder al rival más fuerte. Por su parte Hillary Clinton -que no ocultó jamás el apellido de su esposo Bill, como lo hace en México la panista (o independiente), Margarita Calderón-, se presentó siempre sólida, fuerte, con muchas tablas y escenarios recorridos dentro de la arena política; es la candidata que habla con conocimiento de causa, puesto que conoce el poder desde la cima, al ser la esposa de un expresidente; al menos así la presentaron los medios oficiales nacionales y extranjeros al inicio y ella ganó popularidad en México por lo mismo: por ser la aparente contraparte de Donald Trump, por ser una figura política "que sabe gobernar", seria y fría en todas sus decisiones y actos y significando además la herencia y continuidad política de proyecto del carismático Barack Obama. Así los vio el mexicano al inicio de la campaña, pero estas dos figuras se fueron ensuciando durante todo el trayecto de manera sostenida, manchándose gradualmente con la basura personal y política que se arrojaron el uno al otro, que hoy, cuando faltan unos pocos días para decidir quién será el nuevo presidente de aquel país, nos los presentan como dos muñecos de lodo, sucios al extremo, fingiendo una limpieza política y calidad humana que ninguno de los dos puede justificar. El factor de interés para los mexicanos radica precisamente en este punto: ambos candidatos muestras caras agresivas hacia nuestro país que afectan a connacionales radicados del otro lado de la frontera; a nacionales que intentan trabajar en el país del norte; a importadores y exportadores que trabajan dentro del marco del Tratado de Libre comercio -engendro salinista- y que saben que las reglas cambiarán con cualquiera de los dos candidatos y no para bien de nosotros naturalmente; a empresarios e industriales que hoy se mantienen expectantes para saber si conviene o no invertir y mantener capitales en México, de acuerdo a las nuevas reglas del juego, impuestas por quien resulte vencedor; a los políticos que se ponen la camiseta de uno u otro candidato y se toman fotografías para demostrar que son creyentes convencidos de la nueva fe, o reciben con todo el protocolo a quién debe mostrar clemencia -si gana-, con sus vasallos políticos al sur de la frontera.

Y todo se reduce para el mexicano a una sola pregunta, la última, la única, la que lo define todo: ¿Quién entre Donald Trump y Hillary Clinton será menos malo para México y los mexicanos? Cada quien está apostando por su actor favorito, por su estrella, por el que confirmará las encuestas, o por quien hará la chica. Y de ahí detonan las preguntas y suposiciones chiquitas: ¿Habrá fraude como aquí? ¿Habrá magnicidio como dicen? ¿Habrá guerra nuclear después?¿El mundo será gobernado desde ahora por los locos?

La gran respuesta y las respuestas chiquitas las conoceremos el martes entrante; pero una cosa si es posible adelantar, y eso, de manera consiente o velada, lo sabemos todos los mexicanos: ninguno de los dos candidatos beneficiará al país; los dos son igual de malos para los intereses de los mexicanos; se avecinan momentos bastante difíciles. Los remedios que necesitemos para salir delante de este nuevo escenario, deberemos buscarlos y encontrarlos dentro del país y no al norte de nuestra frontera. Los cambios que requerimos se derivarán de unas elecciones, pero no de las que se verifican en Estados Unidos, sino en las que se efectuarán en México en 2018. El neoliberalismo se agotó y nos está matando; pedirle al impulsor de este caduco sistema -Estados Unidos-, un cambio en beneficio nuestro y a favor de nuestros intereses, es risible. El viraje deberemos realizarlo nosotros mismo, con proyectos nacionales frescos y ajenos a los partidos políticos corruptos -léase PRIAN y satélites-. Además, hay que tener siempre presente lo que los gobiernos estadounidenses se lo han dicho reiteradamente al mundo siempre: "nosotros no tenemos amigos, nosotros hacemos negocios". No le pidamos peras al olmo

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