Cuentos de un Chairo.- Los pueblos que fueron olvidados.- Malthus Gamba


#LaIVTransformaciónVa


Me enseñaron desde la escuela, que nuestro país es de una riqueza envidiable. Hay de todo en esta tierra mexicana. Y yo creo que debe ser cierto eso, aunque no conozco otros lugares de nuestro territorio.

Mi familia se ha dedicado por generaciones a la alfarería. Es algo muy propio en el istmo de Tehuantepec. Otras familias conocidas trabajan la madera, el tejido, el bordado o la orfebrería.

Somos comunidades que tradicionalmente nos dedicamos a las mismas actividades que desempeñaron nuestros padres y nuestros abuelos. Poco cambia en estos pueblos, a pesar del paso de los años. En tiempos difíciles, la gente se va; sobre todo los jóvenes, anhelosos de esos horizontes plagados de riqueza, de los que nos han hablado nuestros maestros y antepasados. Se buscan esas oportunidades en distancias acordes con la ambición que cada quien muestra.

Algunos, de ambición pequeña, se quedan en las Ciudades más próximas a la tierra natal. Otros, que sueñan con riquezas mayores, avanzan a la Capital del Estado. Los más ambiciosos llegan a la Capital del país, e incluso a ciudades que se encuentran fuera de nuestras fronteras y donde según lo contado por quienes regresan después de triunfar o fracasar en su aventura, el dinero en abundancia, está al alcance de aquellos que demuestran coraje y dan todo su esfuerzo.

Los que nos quedamos aquí, en estos pueblos mustios, de atmósfera de siglos, de casas de cientos de años, seguimos las rutinas establecidas hace cien generaciones. Aquí la pobreza es ama y señora en forma permanente. Quienes permanecemos, no ambicionamos mayor cosa. El plato de comida diaria, la ropa que debe aguantar años y quizá un compañero con quien compartir y condimentar en algo nuestra tristeza y el abandono. A eso estamos condenados.

Aquí una se casa chica. La idea de que las cosas mejoraran con cualquier cambio es atrayente. La familia es mucha y nunca hay plato completo para todos. Los varones se van, como he dicho y nosotras debemos elegir compañero entre aquellos que regresan por alguna causa y los que no se atrevieron a correr esa aventura. No abundan las oportunidades, pero es todo lo que hay.

Yo sigo los mismos rumbos que mi madre y mi abuela tomaron. Con dieciséis años cumplidos, tengo marido y niño. Vivimos en casa de mis suegros. Un cuartito que ha estado en obra negra por años, es hoy nuestra casa. Como les cuento, la alfarería es el negocio de nuestras familias.

Yo tenía por seguro que mi destino no diferiría en nada al de mis antepasadas. Una existencia rutinaria, el envejecimiento prematuro y la muerte temprana, a consecuencia de privaciones y mala calidad de vida, es todo lo que podía esperar. Después, se repetiría el ciclo con mis hijas.

Pero algo sucedió. Algo está pasando en este momento que me hace dudar de ese triste destino anunciado. Hace poco, llegaron a estos pueblos gente del gobierno. No del viejo gobierno que solo aparecía en tiempo de votaciones. Es otra gente que comenzó a pedirnos datos sobre las personas mayores que vivían en la casa; los niños que acudían a la escuela y los muy pequeños que requerían cuidado mientras uno trabaja; si había gente discapacitada. Invitaron a los artesanos y pequeños productores que hay en el pueblo a solicitar apoyos sin garantía de por medio, únicamente dando su palabra como aval. Tomaron fotos de los que se inscribieron a esos nuevos programas y es la cosa de que hoy, muchos hemos cobrado en el banco dinero en efectivo para ayudar un poco a nuestra economía familiar. La gente grande cobra su dinero, lo mismo que quien tiene niños pequeños; igual sucede con los discapacitados. A los pocos que estudian preparatoria o carrera en otras ciudades, también les están brindando apoyo. Y comienzan a otorgar los préstamos a la palabra.

No se que pensar sobre todo esto. Algunos han dicho que nuestros pueblos van a cambiar para bien. Que esta zona tan olvidada, tan triste, tan sola, va a renacer muy pronto, porque viene un proyecto grande en todo el istmo. Tal vez así sea. Quizá se rompan tradiciones milenarias donde la pobreza ha sido la única posibilidad de vida.

No me preocupa lo que nos depare el destino a mi esposo y a mí. De alguna forma, somos parte de todo ese pasado trágico que les cuento. Pero quisiera que mis hijas e hijos, no tuvieran que salir de aquí, de su tierra, de su casa, para buscar lo que no pueden brindarles hoy, nuestras ancestrales comunidades. Si aquí hay trabajo, escuela y apoyo, nadie pensará en irse para triunfar y olvidar, a la larga, su pueblo y sus orígenes.

Habrá que esperar un poco. Somos pueblos repletos de paciencia.

La vida de mi familia, la que estoy formando con mi esposo e hijo, apenas comienza. Ya vimos que hay voluntad de la autoridad para dar apoyo a los que menos tienen. Ojalá y de verdad, venga un cambio total para esta región tan antigua, tan olvidada y tan sufrida. Al menos hoy, sabemos que contamos con un gobierno que se interesa en nosotros. Ése ya es un cambio.

Malthus Gamba

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