DOS CUENTOS AFRICANOS.- Anónimos

                                                                  

                                                                 Seetetelané


Érase una vez un hombre pobre, tan pobre que carecía de familia, alimentándose únicamente de ratones silvestres con cuyas pieles se había fabricado un tseha o calzón corto, que apenas le llegaba a la rodilla, constituyendo esta prenda su único vestido.

Cierto día que salió a cazar ratones silvestres como de costumbre, tropezó de pronto con un huevo de avestruz.

Lo llevó rápidamente a su hogar y reanudó seguidamente la caza. Cuando regresó, fatigado por la dura jornada y hambriento, ya que sólo había conseguido cazar dos miserables ratones, se encontró la mesa puesta y sobre ella un apetitoso voala de harina de mijo y carne de cordero lechal.

Asombrado, exclamó:

-¿Me habré casado sin saberlo?... Esta comida es obra de una mujer, sin duda alguna... ¿Eh, dónde está la mujer que ha hecho esto?

En aquel momento se abrió el huevo de avestruz que recogiera y salió de él una doncella hermosísima.

-Me llamo Seetetelané -dijo con dulce voz-. Permaneceré a tu lado hasta que, en un momento de embriaguez, me llames hija de huevo de avestruz. Si lo hicieras, desapareceré y no volverás jamás a verme.

El cazador de ratones salvajes prometió solemnemente no embriagarse en su vida y durante varios días gozó de una existencia paradisíaca en compañía de su bella esposa, que le narraba cuentos maravillosos y le confeccionaba platos exquisitos.

Un día, viendo que se aburría, le dijo:

-¿Te gustaría convertirte en jefe de tribu y tener esclavos, animales y servidores?

-¿Serías tú capaz de proporcionármelos? -preguntó él incrédulo.

Seetetelané sonrió.

Acto seguido dio una patada en el suelo y la tierra se abrió, surgiendo de ella una caravana de esclavos con camellos, caballos, mulos, bueyes, carneros y cabras, así como gran número de hombres y mujeres que inmediatamente empezaron a aclamar al cazador de ratones, gritando con todas sus fuerzas:

-¡Viva nuestro jefe! ¡Viva nuestro jefe!

El hombre se pellizcaba las mejillas para convencerse de que no soñaba.

Seetetelané, sonriendo, le hizo mirarse en las aguas de un riachuelo y se dio cuenta de que estaba joven y apuesto, y que su tseha de pieles de ratones se había transformado en riquísimos vestidos de pieles de chacal, de pelo largo y de mucho abrigo.

Cuando volvieron a la choza, ésta se había convertido en una casa de piedra y madera con cuatro recintos y su habitación estaba llena de pieles de pantera, cebra, chacal y león.

Estuvo a punto de desmayarse al ver tanta riqueza.

Durante dos semanas se condujo como un verdadero jefe, haciendo equitativa justicia entre los suyos y dando ejemplo de sabiduría, enseñándoles a trabajar la tierra y a cazar o a erigir cabañas de troncos y hojas.

Pero una noche celebraron una fiesta para conmemorar el nacimiento de un niño, y el antiguo cazador de ratones no supo resistir a la tentación de beber.

Cuando hubo trasegado a su vientre cuatro vasos de maíz fermentado se le enturbiaron los ojos, se le soltó la lengua y empezó a insultar a los padres de familia que asistían a la reunión.

Seetetelané, disgustada, quiso hacerlo entrar en razón, pero él, furioso por la intervención de su esposa, le dio un empujón terrible y exclamó con voz pastosa de borracho:

-¡Quítate de mi presencia, miserable hija de un huevo de avestruz!

Seetetelané lo miró dolorosamente y no dijo nada.

Aquella noche, el borracho sintió frío. Se levantó para buscar una piel de chacal y no encontró ninguna. Salió a la puerta para llamar a un esclavo y se dio cuenta de que se hallaba en su antigua cabaña y de que estaba completamente solo, vestido con su tseha de pieles de ratones salvajes.

El bienestar que había gozado durante aquellas semanas lo había vuelto más sensible a los rigores de la temperatura, haciéndolo infinitamente perezoso.

El resultado fue que a los pocos dios murió de hambre y de frío, más solo que un leproso, reprochándose hasta su último momento su falta de voluntad para resistir a la tentación de la embriaguez que había causado su desgracia.


                                El árbol que hablaba


Había un lobo en la selva. Un día, cuando estaba afuera paseando, encontró a un árbol que tenía unas hojas que parecían caras de personas. Escuchó atentamente y pudo oír al árbol hablar.

El lobo se asustó y dijo:

-Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante.

Tan pronto como hubo dicho estas palabras, alguna cosa que no pudo ver lo golpeó y lo dejó inconsciente. No sabía durante cuánto tiempo había estado allí tendido en el suelo, pero cuando despertó estaba demasiado asustado para hablar. Se levantó inmediatamente y empezó a correr.

El lobo estuvo pensando acerca de lo que le había ocurrido y se dio cuenta de que podía usar el árbol para su provecho. Se fue paseando de nuevo y se encontró a un antílope. Le contó lo del árbol que hablaba, pero el antílope no le creyó.

-Ven y lo verás tu mismo -dijo el lobo- pero cuando llegues delante del árbol asegúrate de decir estas palabras: "Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante". Si no las dices, morirás.

El lobo y el antílope se acercaron hasta el árbol que hablaba. El antílope dijo:

-Has dicho la verdad, lobo, hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante.

Tan pronto como dijo esto alguna cosa lo golpeó y lo dejó inconsciente. El lobo cargó con él a su espalda y se lo llevó a casa para comérselo. "Este árbol que habla solucionará todos mis problemas", pensó el lobo. "Si soy inteligente nunca más volveré a pasar hambre."

Al día siguiente el lobo estaba paseando como de costumbre. Al cabo de un rato se encontró con una tortuga. Le contó la misma historia que le había contado al antílope, y la llevó hasta el lugar. La tortuga se sorprendió cuando vio al árbol hablante.

-No creía que esto fuera posible -dijo- hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol hablante.

Inmediatamente fue golpeada por algo que no pudo ver y cayó inconsciente. El lobo la arrastró hasta su casa y la puso en una olla. Pensó en hacer una estupenda sopa.

El lobo estaba orgulloso de sí mismo. Después del antílope y la tortuga cazó un ave, un jabalí, y un ciervo. Nunca antes había comido mejor. Siempre usaba la misma estrategia. Contaba a sus presas que debían decir que nunca antes habían visto a un árbol hablar y que si no lo decían morirían. Todos ellos hicieron lo que el lobo les dijo y todos ellos quedaron inconscientes. Luego el lobo cargaba con ellos hasta su casa. Era un plan perfecto, él lo creía simple e infalible, y agradecía a las estrellas el hecho de haber encontrado a ese árbol. Esperaba comer como un rey durante el resto de su vida.

Un día, que se sentía con algo de hambre, el lobo fue a pasear de nuevo. Esta vez se encontró con una liebre. El lobo le dijo:

-Hermana liebre, he visto algo que tú no has visto desde el tiempo de tus antepasados.

-Hermano mayor, ¿qué puede ser? -preguntó la liebre.

-He visto un árbol que habla en la selva -dijo el lobo.

Contó la misma historia de siempre a la liebre y se ofreció para llevarla a ver ese árbol hablante. Fueron juntos hasta el lugar. Cuando se acercaban al árbol el lobo le dijo:

-No olvides lo que te he contado.

-¿Qué me contaste? -preguntó la liebre.

-Lo que debes decir cuando llegues junto al árbol, o si no , morirás -dijo el lobo.

-¡Oh!, sí -dijo la liebre-.

Y empezó a hablar con el árbol.

-¡Oh!, árbol, ¡oh!, árbol -dijo-. Eres un árbol precioso.

.No, esto no -dijo el lobo.

-Perdona -dijo la liebre. Entonces habló de nuevo-. Árbol, ¡oh!, árbol, nunca pensé que pudieras ser tan maravilloso.

-¡No, no! -dijo el lobo- no un árbol precioso, un árbol hablante. Te dije que tenías que decir que nunca habías visto antes a un árbol hablante.

Tan pronto como hubo dicho estas palabras, el lobo cayó inconsciente. La liebre se fue andando y mirando hacia el árbol y el lobo. Luego sonrió:

-Entonces, este era el plan del señor Lobo -dijo-. Se pensaba que este lugar era un comedero y yo su comida.

La liebre se marchó y contó a todos los animales de la selva el secreto del árbol que hablaba. El plan del lobo fue descubierto, y el árbol, sin herir a nadie, continuó hablando solo.

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