LA GENTE DE CHIMALPOPOCA.- Historia real.

Ahora que ya no está, solo quedan los recuerdos del viejo edificio textil de Chimalpopoca y Bolívar; era viejo, con recio olor a humedad si uno ingresaba al interior del inmueble. La entrada era por Bolívar; un espacio de estacionamiento de la bodega de al lado, le impedía llegar a Chimalpopoca; no tenía colindancia con esa calle en realidad. Pero hoy, después de la tragedia, muchos hablan de la fábrica de Chimalpopoca. Así se le recordará quizá.

El personal masculino de la fábrica no radicaba en la zona; llegaban temprano desde Ciudad Nezahualcóyotl, Los Reyes La Paz y Valle de Chalco, principalmente. Varios eran de provincia y tenían poco tiempo en la Capital; por lo que sabíamos, el sueldo no era bueno, pero era de lo poco que se podía conseguir, en esta Ciudad, donde te piden conocimiento, experiencia e infinidad de requisitos para emplearte en actividades menos ingratas.

Los conocíamos por el pequeño deportivo que está al lado, sobre la calle de Fray Servando; todas las tardes, a la hora de la comida, salían los muchachos en estampida, para comer de carrera lo que traían preparado y alcanzar a jugar la cascarita futbolera de costumbre. Si la cancha estaba ocupada, se ingresaba en grupo, con dos o tres balones, para forzar la "reta" con quienes habían llegado primero. Si no había gente, se formaban de inmediato dos equipos y empezaba el partido. Unas cuantas muchachas de la fábrica, los acompañaban en ocasiones y sentadas en las pequeñas gradas, se entretenían con el juego mientras comían. El resto de las mujeres comerían seguramente dentro del edificio o en otro sitio; nunca vimos más de diez muchachas juntas. No conocimos a las otras.

Quienes frecuentábamos esas canchas, en alguna ocasión jugamos futbol con ellos, o basquetbol con aquellos que no fueron elegidos como integrantes del equipo de futbol. El básquet era el premio de consolación para quienes no alcanzaban sitio como futbolistas.

De ahí recuerdo a Efrén, al "Yogui" al "Fantasma", a Soto y al "Flaco"; eran los nombres que se gritaban para felicitar o censurar a quien había realizado una buena o mala jugada, o a quien se pedía que pasara el balón. Gente sencilla, con un trabajo pesado, pero con ganas de divertirse y reír. Almacenistas, ayudantes generales, aprendices; gente humilde.

El día del temblor, después del susto y de verificar que la familia estaba a salvo, encontré en twitter el video, donde se ve claramente cómo se desploma sobre sí mismo el edificio. Fue tremendo.

No quiero relatar todo lo que sucedió en ese campamento (porque fue un campamento inamovible, durante más de 72 horas), pues aún no digerimos bien todo y hay cosas que quizá no hemos asimilado completamente. Pero sí quiero dejar constancia de la maravilla que es el ver a una sociedad motivada, avanzar sola, sin importar el miedo, el peligro y el esfuerzo, con el solo fin de salvar el mayor número de vidas posible. Yo llegué cuando no había organización aún; no existía acordonamiento alguno; se tomaban las medidas indispensables para evitar riesgos mayores, pero iniciando de inmediato el trabajo de remoción de escombros. Las benditas redes sociales sirvieron de mucho. Se pedían sobre todo cubetas, botes, palas, picos y estos llegaban de todas partes. Las cadenas humanas se formaban por sí solas y botes y piedras pasaban por sus manos, para ponerlos en el camellón que divide Chimapopoca y en la otra acera de Bolívar.

Una de las azoteas de la primaria Simón Bolívar se convirtió en observatorio, centro mando y distribución de recursos, cuando la organización se fue consolidando. Si alguien gritaba ¡Seguetas! ¡Cizallas! ¡Polines! ¡Agua!, etc., las cosas aparecían de inmediato y casi por arte de magia. Para que esto fuera posible, existía una red ciudadana de muchas calles a la redonda, donde podía verse a personas de todas las edades y posiciones sociales, dirigirse al sitio de la tragedia, con los recursos que podían aportar para salvar a las víctimas del sismo. Eran cientos, moviéndose todo el tiempo. No fueron solo los grupos de voluntarios, era toda una sociedad comprometida con el rescate de quienes se encontraban atrapados en el edificio.

Yo participé en las cadenas únicamente, no quise acercarme más; creo que hubiera estallado en llanto si por desgracia hubiéramos sacado muerto a alguno de los muchachos que conocía personalmente. Preferí mantenerme en la periferia.

Es curioso que este tipo de situaciones nos presenten una doble cara, que debemos apreciar cabalmente, para formarnos un panorama real del suceso. Por una parte está el pesar inmenso por la tragedia; es algo que nos negamos a aceptar y por lo mismo, damos vida a la otra cara de la moneda: la solidaridad. Ya referí lo estimulante que es ver la participación de tanta gente que llega de todas partes para apoyar. Quiero decir algo más al respecto; la reacción de los vecinos de la zona fue increíble, hay dos pequeños restaurantes en Chimalpopoca, casi llegando a Isabel La Católica; son muy reducidos y su venta alcanza únicamente a cubrir los gastos de la familia; son atendidos por padres e hijos. Desde la noche del 19 de septiembre abrieron sus locales y regalaron café, pan y lo poco de guisado que tenían disponible; el 20, 21 y 22 se dedicaron a guisar para los voluntarios y permitieron que se almacenara agua, fruta, pan y otros alimentos en sus negocios. Las unidades habitacionales en Chimalpopoca hicieron lo propio; se veía a niños repartiendo agua a todo aquel que pasaba o a quienes se veían fatigados; todo fuera del área acordonada. El movimiento popular se dio en Chimalpopoca, ya que Bolívar fue cerrada desde el inicio.

Lo último que quiero contar, es la llegada de la autoridad al sitio; en un principio fueron espectadores que solo veían la actividad febril de los ciudadanos y cuidaban la vialidad en esas vías; no se les reclamó por esto; eran actores secundarios. Después corrió el rumor de que alguien del gobierno estaba por llegar a la zona; no cayó bien la noticia, pero todo mundo siguió en lo suyo. Cuando se supo que se trataba de Osorio Chong y que su presencia estaba entorpeciendo las labores de rescate, el malestar creció. Sabíamos que venía por la foto y aunque la mayoría guardó la calma, no faltaron voluntarios en las primeras filas que le gritaron lo que bien merecía. Después de eso, el grito de fuera fue casi unánime.

Cuando llegaron los brigadistas profesionales y después las autoridades federales, para hacerse cargo de la situación, los voluntarios iniciales fuimos relegados poco a poco a las actividades que ellos consideraban secundarias. Ya no importaba esto; el primer impulso, el que definió todo, el que salvó más vidas, fue dirigido y operado enteramente por la sociedad civil que supo organizarse desde el primer momento, de una manera que ni remotamente han podido alcanzar los gobiernos locales y federales. Hoy, se intenta minimizar la participación colectiva y se habla mucho de la intervención de las entidades de gobierno. Esto es falso y todo México lo sabe.

Si alguna enseñanza nos deja la tragedia, es que los mexicanos estamos cansados de gobiernos corruptos e ineficaces, que viven a costa nuestra, sin dar resultados. La sociedad demostró que está muy por encima de esta maquinaria política y que en los momentos de crisis, se basta y sobra para sacar adelante al país. Esa enseñanza permanecerá presente por mucho tiempo en la conciencia nacional. En el 2018, la clase política corrupta, constatará que el pueblo, sí tiene memoria y sabe cobrar a su debido tiempo. Ahí verán la cosecha de todo lo que han sembrado.

Rápida y sana recuperación para los heridos rescatados y que descansen en paz todas las víctimas mortales del sismo del 19 de septiembre del 2017.

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